Después de 10 días de preocupación por no saber si podríamos viajar, finalmente lo conseguimos. El jueves embarcamos a las 5 de la mañana y llegamos 2 horas después al aeropuerto de Salvador de Bahía.LLegamos muertas de cansancio y fuimos directamente al embarcadero para coger un barquito que nos dejó en 2 horas en Morro de São Paulo, el pueblito más importante de la Isla de Tinharé. Una vez allí, se nos olvidaron los problemas de estos últimos días. Como muchos sabeis, la compañía aérea que nos llevaba paralizó sus operaciones, con lo que dependíamos de la disponibilidad de vuelos de las demás compañías brasileñas tanto para llegar como para volver. Pero esto es historia.
Morro es el lugar perfecto para descansar. La única pega que tiene es la alta ocupación, de hecho, estaba totalmente llena de españoles. Pero esto también hace que esté llena de restaurantes y barcitos, tanto en la zona centro, cerca de las playas y con caminos de arena, como en la playa. La 2ª playa es la que más fiesta concentra, con puestecillos de caipirinhas de frutas y bares de muchos estilos. No os será difícil imaginar que los días que pasamos allí no hicimos otra cosa que tomar el sol, comer pescadito y beber cervezas y caipirinhas tropicales. Unos de los 4 días fuimos a una playa muy peculiar, Gamboa, a 15 minutos en barquito de Morro, donde hay una parte con rocas de barro rosa que nos echamos en la piel y quedamos estupendas.
Ya el lunes volvimos a Salvador de Bahía. Si algo destaca de esta ciudad es la belleza de su centro histórico, el Pelourinho o Pelô, como dicen por aquí, Patrimonio de la Humanidad, y la enorme personalidad de su música, de sus gentes. Salvador desprende cultura afro-brasileña por todas sus esquinas.
Además de la obligada visita al Pelô, vimos otros puntos importantes: el Mercado Modelo, donde hay montones de tiendas de artesanato, el Elevador Lacerda, que conecta la parte alta de la ciudad con la parte baja, muchas iglesias... La más importante es la de San Francisco. Es la iglesia más rica en oro de Brasil y una de las referencias del arte barroco. Impresionante, lo único que se puede decir.
Entre las diversas manifestaciones culturales de la ciudad destaca, como no, la capoeira. En cualquier lugar puedes encontrar bahianos bailando, sin entender muy bien cómo consiguen mover todo su cuerpo de esa forma. Además, el martes por la tarde fuimos a la famosa misa de los martes en la Iglesia de Nossa Senhora do Rosário dos Pretos. Coincidía con el Día del Orgullo Negro, lo cual no hacía que hubiera más negros de lo normal. De hecho, creo recordar que yo era la única blanca que había allí. El caso es que esta misa es un exhibición más de toda la cultura de Salvador, con samba en plena misa, ofrendas de pan y frutas al ritmo de la música y de los cantos de los negros, etc.
Sólo me falta por mencionar que asistimos a un candomblé. El candomblé es una de las religiones afro-brasileñas practicadas en Brasil. La verdad es que esperábamos ver algo un poco más espectacular, con momentos de trance y todo. Eso era lo que nos habían contado unas amigas que fueron unos días antes. Nosotras vimos un ensayo de algo, no sabíamos muy bien qué era, pero allí había jóvenes y mayores bailando alrededor de la farofa (harina), al son de la timbalada y tirando palomitas de maiz (ya casi al final del ensayo), típico alimento de la gastronomía Salvadoreña. Para rematar la faena, todo el mundo se servía una crema de milho (maíz), también típica.
Ayer por la tarde regresamos a São Paulo, después de aguantar 15 horas en el aeropuerto con bronca incluida que por la noche volví a ver, pero en el telediario. Ahora tenho saudades de Bahía y más tendré dentro de un mes, fecha exacta de vuelta a La Tierruca.
Estos días descansaré por aquí. Nuestra próxima parada, si los aeropuertos nos lo permiten, será Florianópolis, al sur de Brasil.